lunes, 5 de febrero de 2007

PRESENTACIÓN DEL LIBRO LETREROS POPULARES DOMINICANOS POR MANUEL GARCÍA CARTAGENA

Un libro muy raro: LETREROS POPULARES DOMINICANOS

Muy buenas noches, señoras y señores

Quisiera comenzar estas palabras de presentación de este libro en el que el profesor Faustino Alfonso Pérez García y un equipo de ayudantes han reunido algunas muestras de lo que ellos llaman «letreros populares dominicanos» enunciando una hipótesis cuya validez o invalidez no me corresponde a mí promulgar en última instancia. La hipótesis en cuestión es mi interpretación personal de la lectura de un pasaje del libro del lingüista italiano Raffaele Simone titulado La Tercera fase: formas de saber que estamos perdiendo, y puede resumirse de la manera siguiente: los letreros, los graffiti, los avisos más o menos improvisados que encontramos a nuestro paso por las calles de cualquier ciudad son los equivalentes del software, es decir, el conjunto de instrucciones que nos dicen cómo se puede hacer funcionar determinados espacios urbanos en dichas sociedades.
En su libro, Simone examina las tendencias de la producción y el consumo comunicativo de las sociedades occidentales contemporáneas desde una óptica histórico-comparatista. Según él, en la historia del conocimiento hubo una Primera fase en la que imperó la escritura, y una Segunda, caracterizada por el predominio de la imprenta, fenómeno al que el canadiense Marshal Mcluhan había denominado la «Galaxia Gutemberg» a mediados de los años 1960. Ante el actual predominio de la cultura audiovisual (radio, televisión e internet), nos hallamos según Simone en el comienzo de lo que él llama la Tercera fase, de la que es posible esperar avances sorprendentes, pero también olvidos y pérdidas deplorables, entre las cuales, opina el autor, la merma progresiva del hábito de leer y escribir como actividades productoras de cultura. Ésta sería, en opinión de Simone, una de esas «formas de saber» que las sociedades de la información «están perdiendo».
Sin que sea mi intención debatir aquí la hipótesis de Simone, considero posible entender por otra vía la situación en que se encuentran más de las dos terceras partes del planeta, entre las cuales se encuentra nuestra sociedad dominicana, en donde el riesgo de «perder» algunas «formas de saber» no parece tener ninguna importancia, ante la necesidad, real o impuesta desde la cúspide política, de adquirir «nuevas formas» de cultura.
Como es sabido, entre las muchas definiciones que circulan en nuestros días para dar cuenta del estado de las sociedades occidentales contemporáneas, la que tiende a prefigurarlas como «sociedades del conocimiento» no presupone necesariamente, como podría pensarse, la existencia de otro tipo de sociedades «tradicionales» que se opondrían a las primeras como el negativo se opone al positivo. Todas las sociedades producen una masa más o menos ilimitada de conocimientos necesarios para vivir en ellas (es decir, para actuar, para trabajar, para hacer funcionar las manufacturas de todo tipo, para moverse, etc.), de donde se infiere necesariamente que, allí en donde el ser humano se encuentra en estado de número, uno de los sentidos que adquiere su organización colectiva es el que le confiere precisamente el estado de desarrollo que haya podido alcanzar su sistema de producción, de reproducción y de transferencia de conocimientos.
A simple vista se ve, pues, que la diferencia entre «sociedades del conocimiento» y «sociedades tradicionales» no consiste necesariamente en la producción de concimientos per se, sino más bien en el tipo de conocimientos que se produce y en el uso que se les da a esos productos en determinadas sociedades respecto a lo que sucede en otras. Basta, pues, con comparar la ruta por la que transita el saber en sociedades de distinto nivel de desarrollo sociocultural y tecnológico para captar el verdadero sentido de esta oposición.
Para situar esta afirmación en el contexto que nos ocupa, supongamos por un momento que un libro como éste que esta noche ponemos a circular hubiera aparecido en una sociedad organizada en torno al conocimiento de las distintas manifestaciones de su Ser, de su Hacer y de su Tener socioculturales. ¿Qué habría sido dable esperar que sucediera si ése hubiera sido el caso?
En lo inmediato, cabe suponer que la obra en cuestión sería motivo de una serie de paneles de discusión —organizados de preferencia por alguna o varias universidades— en los que participarían no solamente sociólogos, culturólogos y antropólogos, sino también lingüistas, profesores, publicistas, escritores, políticos, y representantes de organizaciones populares. Las conclusiones de los debates pasarían luego a convertirse en actas, y éstas últimas darían origen a una lista de sugerencias que emanarían desde los distintos departamentos universitarios, una vez traducidas en principios de acción práctica, con el propósito de conducir la aplicación de determinadas políticas para la administración de los espacios urbanos. Y esto así, señoras y señores, porque estamos en presencia de una de esas raras producciones bibliográficas que en cualquier país más o menos organizado motivarían a la reflexión a los distintos sectores productores de discursos que lo integran, en función del valor en cierta forma documental que reúnen sus páginas.
En efecto, es imposible hojear este libro sin sentirse inmediatamente interpelado por su extraño contenido comunicativo. En mi caso personal, se me antoja considerar a la primera pregunta que me surgió al pasar sus páginas como la única que podía colocarme en la ruta hacia la comprensión de su funcionamiento: ¿qué movió al profesor Faustino Pérez a publicar esta obra?
Se trata, como ya he dicho, de una serie de letreros fotografiados por un grupo de alumnos bajo la dirección del profesor Faustino Pérez para su cátedra de Comunicación Visual en la carrera de Periodismo de la UASD. Por lo menos, eso parece a simple vista. Sin embargo, basta echar una primera ojeada al conjunto de fotogramas aquí reunidos para descubrir que, si por un lado se trata de fotografías, los objetos fotografiados son exclusivamente textos. Surge así un producto comunicativo «híbrido» en el que, como en el caso de las canciones, en las que se combinan música y texto, la unión de imagen y texto produce en el lector el efecto de un corte radical entre las fotografías y sus referentes reales. Dicho en otras palabras: el primer efecto comunicativo que determina el funcionamiento de las fotografías contenidas en este libro es el de la desubicación de los letreros reales que les sirvieron de objetivo a los fotógrafos. Para colmo, dichas fotos ni siquiera cuentan con pies que nos informen de manera más o menos precisa en qué lugares fueron tomadas, por lo que parecería obvio que la intención de su autor no era la de producir un documento “científico” destinado al estudio de una manifestación de la realidad sociocultural dominicana.
Y sin embargo, en toda ciencia suele haber más intenciones que razones...
En 1926, el entonces poeta surrealista francés Louis Aragon publicó su libro Le paysan de Paris (El campesino de París), en cuyo prefacio insertó un texto titulado: «Prefacio para una mitología moderna», el cual funciona, todavía en nuestros días, como un auténtico manifiesto de la libertad de imaginar, y del que paso a citarles a continuación el siguiente fragmento, situado al final de dicho texto:
«Cada día se modifica el sentimiento moderno de la existencia. Una mitología se ata y se desata. Es una ciencia de la vida que sólo pertenece a aquellos que no tienen de ésta ninguna experiencia. Es una ciencia viva que se engendra y se hace suicida. ¿Me corresponde todavía, a mis veintiséis años, participar en ese milagro? ¿Tendré por mucho tiempo el sentimiento de lo maravilloso cotidiano? Lo veo perderse en cada hombre que avanza en su propia vida como en un camino cada vez más pavimentado, que avanza en la costumbre del mundo con una tranquilidad creciente, que se deshace progresivamente del gusto y de la percepción de lo insólito. Es esto lo que desesperadamente nunca podré saber».
Ese «sentimiento moderno de la existencia» del que hablaba el joven Aragon en 1926, ¿cuántos de nosotros lo hemos experimentado al caminar por las calles de nuestras ciudades dominicanas? Y sobre todo, ¿cuántos de nosotros estamos dispuestos a concebir el ritmo actual de nuestra propia modernidad dominicana bajo una óptica distinta a la que pretende hacer de esta noción un sinónimo de tecnología?
A mí mismo me ocurrió, viniendo de camino a la capital por la carretera 6 de noviembre, leer en el verano de 2003 un letrero escrito con letras de calcomanía en el cristal trasero una de las “guaguas” que transportan pasajeros a Ocoa, el cual decía: «Estoy en mi plástico». Al margen de la nota de humor del fulano autor de este mensaje, el funcionamiento retórico del mismo (imagen por traslación para indicar que algo o alguien “está nuevo”) encajaba bastante mal en aquel medio desvencijado aparato, dando como resultado global del conjunto texto + soporte cierto contenido irónico que, en realidad, era el verdadero mensaje. Lo mismo puede decirse de muchos de los “letreros” recopilados por el equipo dirigido por el profesor Faustino Pérez.
No obstante, la cita del libro de Aragon que acabo de leer presenta otro aspecto interesante que no podemos dejar de resaltar.
La manera en que los distintos fotogramas que componen este libro parecen haber sido seleccionados a partir de criterios tanto formales como retóricos me parece de la misma estirpe que la que animó a Aragon, junto a los demás miembros del movimiento surrealista, a ponderar y valorizar, en el periodo de entreguerras, la actitud de apertura ante el encuentro con lo «maravilloso cotidiano».
Es precisamente en función de lo que me parece que hay en común entre esta noción de «maravilloso cotidiano» y este libro de Faustino Pérez y compañía por lo que considero que éste libro viene a insertarse de manera polémica en el panorama de nuestra producción bibliográfica, al presentar de manera metódica una visión de conjunto de una realidad sociocultural que, de no haber sido recolectada por los lentes fotográficos, prácticamente no existiría, al estar su propia existencia precisamente determinada por una situación de marginalidad a la que me atrevo a considerar como pura apariencia, del mismo modo en que he descartado más arriba la aparente oposición entre «sociedad del conocimiento» y sociedad «tradicional».
Nosotros, los dominicanos y las dominicanas, hemos demostrado ser históricamente indiferentes ante las manifestaciones de nuestro Ser, nuestro Hacer y nuestro Tener socioculturales. No es tan solo que vivimos de espaldas a nuestra propia cultura, sino que, como decía Mcluhan, somos incapaces de verla por estar inmersos en ella como el pez en el agua. Sólo logramos percibir algunos atisbos cuando ya es demasiado tarde, es decir, cuando, por una razón o por otra, logramos alejarnos lo suficiente como para lograr hacernos una visión de conjunto.
A tal punto llega esta indiferencia, que al hojear las páginas que componen este libro, muchos de nosotros descubriremos sin duda “la otra América”, es decir, la que sobrevive al ostracismo, a la explotación y a la mala fe profundamente inscrita en nuestros genes societarios, esa que, instituida en sociedad del desconocimiento mutuo, se expresa como puede en el rudimentario registro del español que le hemos enseñado al cabo de cientos de años no enseñarle nada que valga realmente la pena; esa que, al parecer, no tiene dolientes, ni aquí, ni allí donde se toman las decisiones que podrían cambiar, aunque fuera escasamente durante tres o cuatro años, el curso de esta parte de nuestra historia en la que somos, querámoslo o no, contemporáneos de los autores de los mensajes que en este libro se reúnen.
De antemano, quisiera prevenirles de un posible error: pensar que este libro hecho de fotografías “no tiene autor” es una manera de evadir la responsabilidad —y la necesidad— de considerarlo, entre todas las obras publicadas en los últimos años en nuestro país, como uno de los libros más dominicanos en el auténtico sentido de esta palabra, es decir, en el mismo sentido que lo hace ser una emanación directa del decir-vivir de nuestro pueblo. Esta última aseveración necesita, sin embargo, una explicación que no cabe en el espacio que me ha sido impartido para esta presentación. Me atengo, pues, a esperar que dicha explicación sea el resultado de una elaboración colectiva, como justamente merece toda labor intelectual en una sociedad que se quiere conocer a sí misma.
Mientras llegan esos debates, le deseo buena suerte a mi amigo Faustino Pérez y a su equipo, y lo invito a que continúe ofreciéndonos nuevos libros tan “raros” y necesarios como éste que hoy ha tenido el privilegio de presentarles.
Muchas gracias.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "DICCIONARIO DE GESTOS DOMINICANOS" POR CARLOS HERNÁNDEZ SOTO

EL “DICCIONARIO DE GESTOS DOMINICANOS”

DE FAUSTINO PÉREZ

Palabras pronunciadas en la puesta en circulación del Diccionario de gestos dominicanos, de Faustino Pérez, en el Museo del Hombre Dominicano, el 26 de septiembre del 2000
Por Carlos Hernández Soto1 publicada en la Revista Dominicana de Antropología

Estamos junto a un autor, Faustino Pérez, y su obra, Diccionario de gestos dominicanos (Santo Domingo: Mediabyte, 2000). El autor es ya conocido, tanto por sus actividades docentes en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde es catedrático en los Departamentos de Comunicación Social y de Artes, como por sus obras anteriores, que figuran en el prólogo del Diccionario que presentamos. En 1999, Pérez publicó Las caras de la persuasión; en 1997, Tralalá del comic; en 1994, Este libro se llama... y Teoría de la toma fotográfica; en 1989, Luz (contra)luz; en 1984, Chisporroteo. Son de variado género: publicidad, análisis de contenido, relatos y de carácter didáctico.
En cuanto a la obra que se pone hoy en circulación, se trata de un diccionario de gestos, de gestos dominicanos. Para captar su sentido y alcance, pongámosla primero en un contexto más universal para luego ocuparnos de la obra misma.
El gesto incluye toda clase de movimiento o postura corporal -incluyendo las expresiones faciales-que transmite un mensaje al observador. Aclaremos, sin embargo, que el cuerpo puede también transmitir mensajes sin ningún movimiento corporal. La sola presencia del cuerpo puede envolver un mensaje.
Desde el Renacimiento ha habido muchos fisiognomistas, como G. B. della Porta (Coelestis physiognomiae libri sex, Nápoles, 1603), Charles Le Brun (Conference sur l´expression generale et particuliere, Amsterdam, 1698) y J. C. Lavater (Physiognomische Fragmente, 4 vols., Leipzig, 17758). Estos autores intentaron codificar las expresiones faciales de la emoción y del carácter.
En el siglo XVII, Francis Bacon observó que los gestos eran como ‘jeroglíficos transitorios’ o ‘especie de emblemas’, y las investigaciones de Giovanni Bonifacio y John Bulwer fueron conducidas bajo la hipótesis de que existía una lengua natural y universal del gesto que era entendida por todas las naciones y podía ser utilizada para facilitar las relaciones comerciales entre Europa y los pueblos aborígenes.
En el siglo XIX, La expresión de la emoción en el hombre y en los animales, de Charles Darwin (1872), proporcionó un nuevo poyo al punto de vista de que las expresiones físicas podrían ser heredadas biológicamente. Etólogos modernos subrayan las similitudes entre los movimientos corporales que humanos y animales utilizan para expresar hostilidad, dominio o territorialidad; y señalan la cuasi-universalidad de algunas expresiones faciales de la emoción que, como la risa, el llanto, el bostezo o el sonrojo, parecen traspasar los límites lingüísticos y nacionales.
Pero autores más modernos sobre el tema parten de la hipótesis de que el gesto no es una lengua universal, sino que es producto o forma parte de diferencias sociales y culturales. Hay muchas lenguas y dialectos del gesto. Esta era la creencia de Andrea de Jorio, que a principios del siglo XIX, en su obra La mimica degli antichi investigata nel gestire Napolitano (1832), intentó reconstruir el código mímico de la antigüedad clásica sobre la base de los gestos napolitanos de su época. Por su parte, Marcel Mauss le dio una clásica expresión a esta corriente en su breve pero enjundiosos ensayo sobre las Técnicas y movimientos corporales (1936). En él, el célebre antropólogo francés se refiere a “la forma
en que los hombres, sociedad por sociedad, hacen uso de su cuerpo en una forma tradicional” (Sociología y Antropología, 1979). Mauss subraya en ese ensayo que la manera como la gente permanece de pie, se sienta, camina, usa sus manos, come y duerme, varía grandemente de sociedad en sociedad.
En nuestros días, el estudio de los gestos es realizado primariamente por antropólogos, lingüistas, semiólogos, psicólogos sociales y expertos en comunicación. Estos estudiosos suelen considerar el gesto como una forma de comunicación no verbal, aunque esté frecuentemente unida a esta forma de comunicación, y tiene una palabra, kinésica, para el estudio de los movimientos comunicativos del cuerpo. La kinésica es un campo de estudio altamente desarrollado con una variedad de subdivisiones que van desde la proxémica, o estudio de la distancia que la gente mantiene entre sí cuando habla, hasta la háptica, o estudio de la manera en que las personas se tocan unas a otra durante la conversación.
Señora de origen martiniqueño, residente en Trinidad, haciendo gestos de satisfacción
Hay varias razones para que un investigador estudie los gestos con un interés que no sea de anticuario.
1. En primer lugar, el gesto es un compañero inseparable de toda lengua hablada. La diferencia entre un encuentro cara a cara y una conversación telefónica estriba en que en la primera las expresiones faciales y los movimientos del cuerpo pueden amplificar, modificar, confirmar o desmentir las expresiones verbales. La tristeza o la alegría, la deferencia o el insulto son vehiculados con efectividad tanto por los gestos como por las palabras. Las pifias no verbales -una mirada furtiva o una momentánea duda, por ejemplo- pueden poner en tela de juicio una declaración considerada como honesta. Diferentes idiomas envuelven diferentes movimientos faciales y tienen diferentes connotaciones corporales. Del Alcalde La Guardia de Nueva York se decía que se podía saber por sus gestos si en sus presentaciones por televisión estaba hablando inglés, italiano o yiddish. 2. Otra razón para estudiar los gestos, es que éstos revelan las diferencias culturales. A este respecto, la antropóloga británica Mary Douglas, autora del libro Natural Symbols (Londres, 1970) sostiene que el cuerpo es un símbolo de las relaciones sociales y que el control de las expresiones corporales es más o menos estricto dependiendo del grado de presión que el grupo ejerce sobre el individuo. 3. La tercera razón para estudiar los gestos se relaciona con el hecho de que éstos han sido siempre un ingrediente importante en la diferenciación social. En el siglo XVI se aceptaba que uno de los atributos que distinguía a las damas y a los caballeros era la manera de su movimiento. Por otra parte, las clases consideradas bajas eran percibidas como rudas y faltas de gracia. Adam Smith hizo el contraste entre ‘las personas más educadas’, que mantienen la compostura en los entretenimientos públicos, y ‘la chusma’, que expresa todas sus pasiones con sus gestos y comportamiento. Balzac, en su Teoría del andar (1833), trae este verso de Virgilio: Et vera incessu / patuit dea, es decir, “La diosa se reveló por su andar”. Y a seguidas señala que Demóstenes reprochaba a Nicóbulo el andar como un diablo. Impulsado por el slogan “Quisiera tener el aspecto de un noble!”, Balzac señala y desarrolla las normas para serlo o al menos parecerlo. Entre esas normas se indican: 1) La manera de andar es la fisionomía del cuerpo. 2) La mirada, la voz, la respiración, el andar son idénticos. 3) El descanso es el silencio del cuerpo. 4) El movimiento lento es esencialmente majestuoso. 5) Todo movimiento brusco revela un vicio, o una mala educación. 6) La gracia requiere formas redondeadas. 7) Al caminar, las mujeres pueden enseñarlo todo, pero no dejar ver absolutamente nada. Etc.
4. La cuarta razón para estudiar los gestos es que éstos reflejan las diferencias de género. En todos los períodos históricos, las normas para el comportamiento físico de las mujeres han sido diferentes de las de los hombres. Tradicionalmente, y hasta hace pocos años, en Occidente, a las mujeres se las exhortaba a caminar modestamente, con pasos cortos y con la mirada hacia abajo, a comer porciones pequeñas de alimento y a sonarse la nariz con pañuelos más pequeños y graciosos que el de los hombres. En esta misma línea, Henk Driessen, antropólogo de la Universidad de Nimega, ha hecho un estudio ejemplar sobre los gestos masculinos en la Andalucía rural (Gestured masculinity: body and sociability in rural Andalusia, 1992). De lo dicho se infiere que, en suma, dar cuenta y razón de un gesto e interpretarlo es abrir todo el sistema social y cultural de que forma parte.
Tras este preámbulo, adentrémonos en el Diccionario de gestos dominicanos de Faustino Pérez. Me referiré a algunos aspectos subrayados por mí en el prólogo de la obra.
1. Este Diccionario de gestos dominicanos tiene el mérito de ser el primero en su género publicado en el país. Podemos colocarlo, mutatis mutanda, junto a obras como las siguientes: Beaux gestes: A Guide to French Body Talk, de L. W. Wylie (Cambridge, Mass., 1977); Diccionario de gestos: España e Hispanoamérica (2 vols.), de Meo-Zili y S. Mejía (Bogotá, 1980-3; A Dictionary of Russian Gesture, de B. Monahan (Ann Arbor, 1983); De gestes et de mots pour le dire, de J. Montredon (Paris, 1986). 2. La obra que comentamos es fruto de más de una década de investigación en que su autor ha practicado una observación pertinaz, acuciosa y casi obsesiva. Su descripción de los gestos dominicanos la ha plasmado en una fotografía de gestos conjugada con palabras. Y es que el autor del primer diccionario de gestos dominicanos, además de teórico de la comunicación, lo es también de la fotografía y se ha revelado como un consumado fotógrafo de gestos. 3. Como experto en comunicación, el marco epistemológico de Faustino Pérez en el Diccionario que presentamos no es el de la comunicación verbal y no verbal por separado, sino el de la comunicación simpliciter. Su teoría de la comunicación se ha convertido para él en una semiótica del lenguaje verbal y no verbal. 4. La técnica descriptiva de los gestos seguida por Faustino Pérez es una innovación metodológica que puede servir de pauta a otros investigadores. En la descripción de los gestos, nuestro autor se atiene a los siguientes aspectos: -antecedentes y descripción del gesto -cinetismo del ademán -repetición y/o duración del gesto -vocalización y/o frases estereotipadas que acompañan al gesto -significados secundarios o alternativos del gesto -ejecutantes del gesto de acuerdo al género, teniendo en cuenta también las variantes regionales, cuando las hay.
5. La obra no es sólo un diccionario de gestos, sino que en la Introducción y en el apartado dedicado a Los protagonistas del gestear (los ojos, las manos y la boca), nuestro autor esboza un pequeño tratado sobre los gestos humanos. Al concluir esta presentación, queremos subrayar, como escribimos en el prólogo de la obra, que que este es el primer Diccionario de gestos dominicanos que se publica en el país.