viernes, 16 de mayo de 2008

FRADIQUE LIZARDO: HOMENAJE PÓSTUMO AL MAESTRO

FAX-TAM-TAM PARA EL MAESTRO FRADIQUE LIZARDO

Por FAUSTINO PÉREZ

Publicado en el periódico Listín Diario, a raíz del fallecimiento del maestro el 28 julio del 1997.

Querido Fradique: Tengo un “balsié” de cosas qué contarte y una “mangulina” de razones para hacerlo. Ya sabes que en el “carabiné” de la vida, tú te ganaste el puesto de gran “chenche matriculado”; pero al final, esa misma vida te tocó un “perico ripiao” mal interpretado.
Los muchachos te cantaron, entre otras cosas, “ola de la mar, que bonita ola para navegar”, lo cual me trajo a la memoria los tiempos cuando ibas a Boca Chica quizá en busca de Anaisa, o a lo mejor era Yemayá, la diosa del mar, como recuerdo de tu exilio en Brasil.
¡Cuánto te gustaba viajar! El viaje que hiciste a Austria este mismo año, te debilitó demasiado, y a pesar de que amabas mucho la vida, cuando te diste cuenta de lo inevitable, te comportaste a la altura de las circunstancias. En cambio, otros viajes habían sido más fructíferos, e incluso, problemáticos. Siempre contabas el día que descubriste el “quipe” en Damasco, o la odisea del huracán David en España, cuando te informaron que al “país lo habían borrado del mapa”. Sin embargo, preferías conversar de las cosas bellas e interesantes que te ofrecía el destino, desde las auroras boreales de los países nórdicos, donde estudiaste y sufriste un accidente que te hizo perder dos falanges de la mano, y que tú comentabas diciendo que ese era “el precio que tenía que pagar un estudiante pobre para poder prepararse”, hasta el zapateo del baile flamenco en las cuevas de Granada, pasando por las Termas de Caracalla o la Ópera de Pekín.
Donde sí viajaste mucho fue en el interior del país, aunque nunca cruzaste la frontera terrestre, siempre buscando el dato que te sirviera para hacer la radiografía folklórica del país, algo que pocos habían intentado antes que tú. No te importaba subirte a cualquier medio de transporte, por más destartalado que fuese, con tal de llegar a tu destino, o de dormir en cualquier lugar o de comer cualquier cosa. Por el contrario, disfrutabas comiendo salmón en tu casa, el cual dosificabas diariamente para que te durara más, rodeado de tus gatos a quienes llamabas “mis empleados”, porque te protegían el vestuario del ballet y tu biblioteca de los dañinos ratones. Ciertos alimentos no los probabas porque te hacían daño debido a la diabetes que padecías.
Disfrutabas enormemente con la naturaleza. Me consta que estuviste suscrito a la National Geographic durante décadas, y tu canal preferido del telecable, era sin lugar a dudas, el Discovery Channel. Pero tu apartado postal debe de estar repleto de muchas publicaciones que recibías por igual; y mantenías tu correspondencia con una maquinilla mecánica de escribir, de la cual decías jocosamente que “hablaba doce idiomas”, porque tenía los signos de puntuación, y el alfabeto, de la mayoría de las lenguas occidentales más importantes. Siempre asegurabas que te ibas a comprar un ordenador, y que ya tenías los estatutos redactados para establecer la Fundación de Estudios Folklóricos. A lo mejor será para una mejor ocasión.
Lo que sí es seguro es que creaste escuela en los bailes folklóricos dominicanos, por donde pasaron centenares de jóvenes durante años y años. Nunca descuidaste la vestimenta de tu ballet, y eras incansable y perfeccionista hasta la saciedad, tanto a la hora de ensayar, así como también en las presentaciones. Por ese motivo hiciste tan buen papel cuando se celebró la elección de Miss Universo, en el Teatro Nacional, en el 1977.
Pero tampoco tenías ningún reparo en admitir que tu maestra había sido la insigne folklorista venezolana Isabel Aretz. Llegaste en el momento oportuno para recopilar y divulgar lo nuestro, es decir, lo que nos diferencia de otros pueblos, a pesar de que vendan “muñecas sin rostro” en las tiendas, porque “aquí no se tiene identidad”. Tú demostraste todo lo contrario desde siempre, y por eso te convertiste en un símbolo para todos aquellos que te conocíamos y te apreciábamos, lo cual se evidenció el día de tu despedida.
Defendiste y mostraste lo dominicano no sólo dentro de nuestras fronteras, sino, por todo el mundo, a pesar de que los recursos para la cultura nunca aparecen. Le dabas constantemente una bofetada simbólica a ese afán de globalización mal entendido y peor digerido, y que pretende ignorar lo nuestro y ensalsar lo foráneo, cuando la verdadera globalización cultural consiste precisamente en todo lo contrario; porque de lo que se trata es de dar a conocer urbi et orbi las particularidades de cada nación, con el fin de que el mundo sea más rico, diverso y variado.
Lo que más lamento es que a pesar de que publicaste más que todos los demás folkloristas dominicanos juntos, e inclusive, dejaste otro libro en la imprenta, tus mejores trabajos investigativos no pudiste publicarlos. No exagero. En tus archivos quedan algunos de ellos que son fundamentales y básicos para conocer este país, y entre los más importantes podría mencionar: el de la vestimenta del dominicano, el de los platos alimenticios nuestros, el de la vivienda criolla, el segundo volumen de los instrumentos musicales folklóricos nuestros…los cuales te llevaron décadas de esfuerzos, y a veces hasta de privaciones.
En tu afán de aprender, coleccionabas de todo, desde cromolitografías religiosas hasta chistes verdes, sin olvidarnos de los mapas, calendarios, llaveros, anécdotas del ballet, adivinanzas populares, juegos infantiles, caretas de carnaval, instrumentos musicales autóctonos, partituras musicales, etc., y un sinnúmero de premios y reconocimientos por tu labor incansable. Tuve el honor de ser invitado por ti al reconocimiento que te hizo la OEA, y el premio que te otorgó, por el primer volumen de los Instrumentos Folklóricos Dominicanos. Aquí guardo como una joya el ejemplar del libro dedicado que me regalaste.
Resulta curioso que tus peores enemigos que te fastidiaron en vida todo lo que pudieron, acudieron a tu entierro, pero me parece que seguirán envidiándote más que nunca, eso te lo garantizo porque nunca llegarán a tu altura. Por el contrario, algunos de tus mejores amigos no pudieron asistir lamentablemente, bien por la excesiva pena, o bien, por encontrarse en el extranjero.
Te llevaste a la tumba numerosos secretos comprometedores tanto para tus aliados, así como también para tus rivales, que por ética y dignidad no revelabas, y como tú afirmabas, el silencio era imprescindible para “poder vivir una vida tranquila”. A pesar de todo, algunos políticos intentaron destruirte en otros tiempos, pero no lo lograron.
No en vano te llamaban maestro o profesor, a pesar de que apenas hacías galas de tus títulos de Estocolmo, Copenhague, La Habana, Santo Domingo, etc. Siempre que había un curso de antropología, de etnología, arqueología, o de lo que fuese, que te sirviera para tus investigaciones, ahí estabas tú. Yo tuve la dicha de ser tu alumno, en uno de los cursos que impartiste sobre folklore dominicano, en el Centro Cultural Hispánico.
Estabas predestinado a ser el folklorista dominicano, lo cual se evidencia por tus dos fechas de nacimiento, debido a una declaración tardía motivada por el paso del ciclón San Zenón en el 1930. Nadie mejor que tú para que cubrieran su ataúd con la bandera dominicana, y que te pusieran tamboras, güiras y otros instrumentos nuestros, como ofrendas folklóricas. Por eso tu sepelio parecía un entierro alegre o un carnaval triste, no podría precisarlo.
Ya tus “atabales” en este plano de existencia terminaron, pero los nuestros continúan hasta que podamos juntarnos contigo. Lamento no haberte podido dar la información que me pediste, justo antes del viaje tuyo a Austria, porque ya de nada valía. También lamento que no hayas sido el primer enterrado en el camposanto de Cristo Redentor, porque así te hubieras convertido en el “Barón del Cementerio”. Cosas del folklore. ¿Verdad?